miércoles, 4 de abril de 2018

EL MITO DEL PROGRESO IGNITUS (RENÉ GUÉNON)


IGNITUS (RENÉ GUÉNON): 

EL MITO DEL PROGRESO

Ya hemos hablado de esos ídolos modernos que son las ideas de "Civilización" y "Progreso". Debemos volver a la génesis de esta última. Si queremos, en aras de la precisión, debemos decir que esta es la idea del progreso indefinido, para dejar de lado esos avances parciales y limitados que no creemos que podamos negar la existencia.

Es probablemente en Pascal donde se puede encontrar el primer rastro de tal idea. Se sabe que el paso en el que compara a la humanidad "con un solo hombre que siempre existe aprendiendo continuamente a lo largo de los siglos" y en el que demuestra esas espirales antitradicionales, características del Occidente moderno, declarando que "lo que llamamos antiguo era realmente nuevo en todos los sentidos", por lo que sus opiniones tienen muy poco peso.

A este respecto, Pascal había tenido al menos un precursor, ya que Bacon ya había dicho, con la misma intención "antiquitas saeculi, juventus mundi".

Es fácil ver el sofisma inconsciente sobre el que descansa este concepto. Es de suponer que la humanidad, en su propia agrupación, sigue un desarrollo continuo y unilateral: una visión extremadamente simplista, que está en contradicción con todos los hechos conocidos. De hecho, en todas las épocas, la historia nos muestra civilizaciones independientes, a menudo incluso divergentes, algunas de las cuales nacen y se desarrollan, otras caen y mueren, o son abruptamente destruidas por algún cataclismo, y las nuevas civilizaciones a menudo tardan en recoger el patrimonio de esas entidades. ¿Quién se atrevería seriamente a argumentar que los occidentales modernos se han aprovechado, aunque sea indirectamente, de la gran parte del conocimiento acumulado de los caldeos o de los egipcios, para callar sobre otras "civilizaciones" de las que ni siquiera nos queda el nombre? No es necesario retroceder tanto en el tiempo, porque hay ciencias cultivadas en la Edad Media en Europa, de las que hoy en día ya no se tiene la más mínima idea. Si queremos preservar la imagen del "hombre colectivo" que Pascal considera y que indebidamente llama "hombre universal", debemos decir que hay momentos en que aprende y otros en que olvida, en que aprende cosas y olvida  otras. Pero la realidad es más compleja, porque hay, y siempre ha habido, civilizaciones que no se interpenetran y se ignoran mutuamente, tal es ahora más que nunca la situación de la civilización occidental frente a las orientales. Después de todo, el origen de la ilusión expresada por Pascal es simplemente éste: desde el Renacimiento, los occidentales se han acostumbrado a considerarse exclusivamente herederos y continuadores de la antigüedad greco-romana y a ignorar o ignorar sistemáticamente todo lo demás.

La humanidad de la que habla Pascal comienza con los griegos, continúa con los romanos, luego en su existencia hay una discontinuidad correspondiente a la Edad Media, en la que él, como todas las personas  del siglo 17 no saben más que ver un período de sueño. Finalmente  viene el  Renacimiento, llevará al despertar de esta humanidad que, a partir de ese momento, estará compuesta por todos los pueblos europeos. Por otro lado, es un error extraño, que denota una singularidad mental limitada horizontalmente, la de tomar de tal manera, la parte por el todo. En más de un campo se puede sentir su influencia. Por ejemplo, los psicólogos normalmente limitan sus observaciones a un solo tipo de mentalidad, la del occidente moderno, y extienden ilegalmente los resultados obtenidos de esta manera, hasta el punto de reclamar patrones de carácter para el hombre en general y sin excepción.
Es esencial notar que Pascal entonces consideraba sólo una progresión intelectual, en los límites en los que él y su tiempo concibieron la intelectualidad. Fue a finales del siglo 17 que Turgot y Condorcet, trajeron la idea de progreso extendido a todo tipo de actividades, y esta idea estaba lejos de ser generalmente aceptada en ese momento, tanto que Voltaire se apresuró a ridiculizarla. Aquí no podemos hacer la historia completa de los diversos cambios sufridos por esta idea en el siglo XIX y de las complicaciones pseudocientíficas que se le hicieron, cuando, bajo el nombre de evolución, se aplica no sólo a la "humanidad", sino a todos los seres vivos. A pesar de las múltiples divergencias, más o menos importantes, el evolucionismo se ha convertido en un dogma oficial. Se enseña como una ley que está prohibido discutir lo que en realidad es sólo la más gratuita y la menos fundada de las hipótesis: y a fortiori esto es cierto para la idea de progreso humano, que no aparece, frente a esa ley, más que como un caso particular.

Nada más fácil sería, por ejemplo, mostrar las confusiones en las que se basa la teoría fantasiosa sobre la que Auguste Comte dio el nombre de "ley de las tres etapas": la principal de las cuales consiste en suponer que el único objeto de todo conocimiento posible es la explicación de los fenómenos naturales. Al igual que Bacon y Pascal, también comparó a los Antiguos con los niños, y otros autores más recientemente han creído hacer mejor asimilándolos a los salvajes, a los que llaman "primitivos", donde para nosotros no son más que residuos degenerados de una civilización `más' antigua. Por otro lado, como no podemos dejar de constatar que se conocen de la historia de la humanidad hay altibajos, algunos han llegado a hablar de un "ritmo" de progreso. En tales condiciones, habría sido más simple y lógico no hablar para nada de progreso, pero como es necesario salvaguardar a todo precio el dogma moderno, así se supone que el progreso, a pesar de todo, existe como resultado final de todo progreso parcial y de todas las regresiones. Tales discrepancias y divergencias deberían darnos que pensar, pero muy pocos se dan cuenta de ello. Las distintas escuelas pueden no estar de acuerdo, pero se entiende que el progreso y la evolución deben ser admitidos, sin los cuales probablemente no se tendría probablemente derecho a la calificación de "civilizado".

Si miramos entonces las ramas del supuesto progreso, a las que, más que ninguna otra, parece reducirse el pensamiento de nuestros contemporáneos, nos damos cuenta de que se reducen a dos: el progreso material y el progreso moral. Ciertamente algunos todavía hablan de progreso intelectual, pero para ellos esta expresión es esencialmente sinónimo de "progreso científico" y se aplica sobre todo al alto desarrollo de las ciencias experimentales y sus aplicaciones. Aquí vemos la reaparición de esa degradación de la inteligencia que consiste en identificarla en el más estrecho y el más bajo de sus usos: la acción sobre la materia en vista de su utilidad práctica. Y, en efecto, la mayoría de los occidentales de hoy no conciben que la inteligencia sea otra cosa, que sea una facultad superior; refiriéndose a lo cual, los que persisten en dar a las palabras su significado verdadero entienden que no es de "progreso intelectual" que pueda tratarse en nuestro tiempo, sino de decadencia, o mejor dicho, de decadencia intelectual. Y como hay formas incompatibles de desarrollo, éste es el precio del "progreso material ", lo único que ha existido en los últimos siglos es un hecho real: el progreso científico, si se quiere, pero en un sentido extremadamente limitado, y el progreso industrial aún más que el científico.

El desarrollo material y la intelectualidad pura están en efecto a la inversa. Quien se hunde en uno necesariamente se aleja del otro, nota que aquí decimos intelectualidad y no racionalidad, porque el dominio de la razón no es, por así decirlo, más que el intermedio entre los sentidos y los del intelecto superior. Sin embargo, si la razón recibe un reflejo de esta última, aun cuando niegue y crea ser la más alta facultad del ser humano, es siempre a partir de datos sensibles que elabora sus nociones.
Queremos decir que las ideas generales que constituyen el objeto de la razón y por lo tanto de la ciencia misma, que es el trabajo de la razón, si no pertenecen al orden sensible, proceden sin embargo de la realidad particular percibida por los sentidos. Sólo lo universal, el objeto del intelecto puro, de estar en la cima, es trascendente, las mismas nociones generales elaboradas por la razón permanecen en el fondo del plano mismo de lo que está ligado a los sentidos y a la exterioridad sensorial. Tal es la distinción fundamental entre "conocimiento metafísico" y "conocimiento científico" que parte del punto de vista tradicional... Si lo hemos recordado brevemente aquí, sin la posibilidad de exponerlo en su vario desarrollo, es porque la ausencia total del primero y el desarrollo desordenado del segundo constituyen las características más visibles de la civilización occidental en su estado actual.

Una vez aclarado nuestro punto de vista al comparar el concepto de "progreso material" o progreso pseudo-intelectual, nos reservamos el derecho de tratar en el próximo artículo de la contraparte de tal mito, a saber del "progreso moral".

(Publicado en "Diorama", 2 de febrero de 1934).

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